Tengo una oscuridad muy transparente y una cátedra de todo a cien, con la que salgo del paso, cuando paso. Me retraso un mínimo de diez minutos. Un día tuve una cita conmigo y cuando llegué, ya me había ido. Escribo sobre lo que duele y a veces sobre lo que ya no importa. Le hago caso a lo primero que se me pasa por el corazón. Me gusta hacer manualidades con defectos. Lo perdono todo, con el tiempo. Le sonrío a todo el mundo hasta que se demuestre lo contrario. Defiendo la bipolaridad como forma de vida. No me van las etiquetas. Me aprieta la 38 algunas veces, pero la parte de arriba del bikini me queda grande siempre. Practico una religión llamada «siesta». Hago lo que me nace y digo lo que se me escapa, que es casi todo. No entiendo a los que odian los lunes. Mi reto a corto plazo es llegar a largo plazo. Me equivoco a todas horas porque no conozco otra manera de aprender. Mi secreto inconfesable es que no puedo confesar lo que no tengo. Persigo la perfección, pero le doy ventaja para no alcanzarla. Soy más simple de lo que parece; lo que me resulta complicado es que lo entiendan. Uso la risa como complemento alimenticio. Saqué los pies del tiesto porque no me paraban de crecer. No me gusta cómo funciona el mundo. Opino que el ser humano es extraordinario, y que la culpa de todos los desastres se la juegan a los chinos el miedo y la ignorancia. No me reconozco en ningún «mi». Me pasaría la vida mirando nubes y apadrinando gatos, si pudiera… Y sé qué es el amor, porque te quise, y la tristeza, porque tú no sabes ninguna de las dos cosas.